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Madre América

Bicentenarios independentistas: historia siempre viva

Juan J. Paz y Miño Cepeda

Publicado

en

Especial para Informe Fracto, México

Historia y Presente

México y Perú fueron el centro de dos poderosas civilizaciones indígenas: los aztecas en México y los incas en Perú. La conquista española fue brutal en ambos territorios (México 1519; Perú 1532), con la destrucción de ciudades, templos y edificaciones, el derrumbe de las economías y sociedades nativas, la muerte de millones de habitantes aborígenes, el sometimiento despiadado -con la cruz y la espada- de los pobladores, cuyas resistencias y luchas fueron vencidas, sin contemplaciones.

En plena época colonial, México fue sede del Virreinato de Nueva España (1535), el primero en constituirse y que prácticamente abarcó a Centroamérica; mientras el segundo, el Virreinato del Perú (1542), fue el eje de amplias regiones sudamericanas. Las dos entidades fueron polos de poder político centralizado, en los que la población indígena siempre fue numerosa. Tanto México como Lima, las capitales virreinales, concentraron la riqueza, el boato y la primacía de la cúpula de familias de “blancos”, profundamente aliados a la Corona.

Cuando en 1808 se produjo la invasión de Napoleón a España y Portugal, se alteraron las bases del poder colonial. Mientras la corte portuguesa se trasladó a vivir en Brasil, los criollos de las regiones españolas, tanto en Centroamérica como en Sudamérica, no solo quedaron impactados por la prisión del rey, sino que se preguntaron a quiénes respondían las autoridades locales, si a la auténtica corona de España o al invasor francés. Y así como en la “madre patria” se formaron juntas que asumieron la resistencia y la fidelidad a “nuestro amado Fernando VII”, en las colonias americanas empezaron las reuniones conspirativas para desconocer a las autoridades y reivindicar la soberanía de los pueblos frente a los usurpadores franceses.

En 1809, en Chuquisaca y La Paz (en el Alto Perú, hoy Bolivia) estallaron las primeras revoluciones autonomistas y, al propio tiempo, fidelistas (ya que proclamaron su fidelidad al rey); pero también en Quito, el 10 de agosto de ese mismo año, se produjo la pionera rebelión autonomista, que instaló una Junta Suprema que, si bien reivindicó la autoridad legitima de Fernando VII, se constituyó, por haber logrado el primer gobierno criollo y soberano en esta Audiencia, en el movimiento que arrancó el largo proceso de la independencia del Ecuador. Por eso Quito fue considerada en Chile como “Luz de América” y su revolución (1809-1812) fue, sin duda, el Primer Grito de Independencia en el país.

Sin embargo, en México el proceso tuvo grandes diferencias. Se inició un año más tarde que la Revolución de Quito. Para septiembre de 1810 ya había un grupo de conspiradores en movimiento; y el 16 de septiembre, el cura Miguel Hidalgo aprovechó de la misa para levantar la revolución. Se convirtió en un movimiento de campesinos e indígenas, de modo que en México la rebelión fue auténticamente popular (en Haití, en 1804, la primera independencia latinoamericana, fue obra de esclavos, negros y mulatos), lo que provocó la asustada alineación de los criollos y “blancos” en la defensa de la autoridad legítima, listos para frenar a semejante plebe. Vencido Hidalgo (además fusilado y decapitado) al año siguiente, la revolución siguió bajo el liderazgo de otro cura: José María Morelos, igualmente vencido (y fusilado) en 1815. Resurgirá la lucha en 1817; pero solo con el “Plan de Iguala” (1821) se logró unificar fuerzas hasta vencer definitivamente a los realistas el 27 de septiembre de 1821. Con la entrada rebelde a la ciudad de México, quedó sellada la independencia del país.

Perú fue, en cambio, el último reducto de la resistencia virreinal ante el avance independentista en Sudamérica. El proceso tuvo sus complejidades, pues si bien José de San Martín llegó a tomar Lima e incluso se proclamó la independencia (28 de julio de 1821), las autoridades españolas aún no estaban sometidas, sino retiradas estratégicamente. Después de la conferencia de Guayaquil entre San Martín y Simón Bolívar (1822), fue preciso realizar la campaña final, que quedó bajo la dirección de Bolívar. Gracias a las batallas de Junín y Ayacucho (1824) se aseguraron las definitivas independencias de Bolivia y del Perú, con lo cual terminó el virreinato.

De manera que, recordando esas historias de las respectivas gestas patrióticas, México y Perú celebran, este 2021, el bicentenario de sus independencias. Prácticamente algo más de una década atrás, se conmemoraron las independencias de la mayoría de países latinoamericanos que, para entonces, conformaron el “Grupo Bicentenario”: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador, México, Nicaragua, República Dominicana, Perú, Paraguay, Uruguay y Venezuela, más los delegados de Cuba, Guatemala, Haití, Honduras y Perú.

La celebración de los bicentenarios de hace una década, coincidió con el primer ciclo de los gobiernos progresistas de América Latina, por lo cual las condiciones de aquel momento fueron propicias para dar al proceso independentista el significado histórico preciso: se trató de un acontecimiento de enorme significación mundial, pues implicó la derrota del colonialismo como sistema mundial, en los albores del capitalismo. Asia y África solo se liberarán del coloniaje en el siglo XX. Además, la existencia de gobiernos progresistas igualmente movilizó una clara conciencia latinoamericanista, de modo que podía entenderse la continuidad de las luchas por la soberanía del pasado al presente, es decir, de aquella que hace doscientos años se libró contra el colonialismo europeo y la que hoy se libra contra las fuerzas imperialistas, que siguen tratando de mantener el control sobre las economías y sociedades latinoamericanas.

En nuestros días, la región no tiene las mismas orientaciones del pasado inmediato. Hegemonizan gobiernos conservadores, dominan las políticas de las derechas, predominan los intereses de las elites económicas empresariales. En consecuencia, se han dejado a un lado los principios de independencia, soberanía y dignidad, para dar prioridad a conceptos como competitividad, mercado libre y emprendimiento individual. La celebración de los bicentenarios en México y Perú luce aislada y sin el concurso de la unidad latinoamericana en los festejos por ideales comunes, que si estuvieron presentes durante la primera ola de las conmemoraciones bicentenarias.

Cierto es que durante aquellos festejos también surgieron polémicas. Hubo sectores que cuestionaron los bicentenarios de independencias que instalaron poderes criollos, sin alterar las herencias coloniales de las desigualdades y que construyeron repúblicas oligárquicas. Se olvida un hecho esencial: el gran bien histórico de las independencias fue la liberación contra el coloniaje. Y solo eso ya merecía las conmemoraciones, por ser un hecho de trascendencia mundial en el largo camino a la liberación social, que quedó como tarea para las repúblicas inmediatamente fundadas.

Hoy, los bicentenarios independentistas en México y Perú provocan otras polémicas. En México, arqueólogos e historiadores han cuestionado la forzada conmemoración oficial de los 700 años de la ciudad de México, que uniría la fundación de Tenochtitlán con la celebración de la independencia en 2021. Para los científicos sociales, no hay base para sustento de tal conexión, ya que la antigua ciudad aborigen fue fundada en 1325. Y, en cambio, en Perú, en pleno año bicentenario, aparecen segmentos sociales que se conmueven ante la posibilidad de que en las próximas elecciones presidenciales (5 de junio) triunfe Pedro Castillo, un maestro popular, contra quien se han lanzado las mismas fuerzas que en toda la región están dispuestas a la guerra de clases, con tal de que se impida el triunfo de candidatos que no representen a las elites empresariales neoliberales y a las derechas políticas y mediáticas que les auspician. En Perú, el presidente que se elija empezará sus funciones el 28 de julio, la fecha patria. En Ecuador, el flamante presidente Guillermo Lasso asumirá su cargo el 24 de mayo, día de la Batalla del Pichincha de 1822, que selló la independencia definitiva del país.

Madre América

La traición de Cochrane

Sergio Guerra Vilaboy

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El 6 de octubre de 1821 el almirante inglés Lord Thomas Alexander Cochrane (1775-1860), jefe de la flota que había traslado el año anterior al Virreinato del Perú al Ejército Expedicionario del general José de San Martín, sublevó la escuadra, que tenía bandera de Chile, argumentando el atraso en el pago de sus servicios, y se la llevó rumbo norte. La traición de Cochrane fue un severo golpe a la causa de la independencia y debilitó al gobierno de San Martín como Protector de la Libertad del Perú.

Después de merodear con su flota por las costas de México y otros territorios hispanoamericanos del Pacifico, atacando barcos y guarniciones españolas, Cochrane volvió a Chile en junio de 1822, donde trató de indisponer a su gobierno con San Martín. Fracasado en sus propósitos, se puso a las órdenes de Pedro I de Brasil, que contrataba oficiales y soldados desmovilizados de las guerras napoleónicas. Además de dirigir la escuadra imperial brasileña en operaciones contra los portugueses, el almirante británico también reprimió a los republicanos de la Confederación del Ecuador, formada en Pernambuco en 1824, sublevados contra el absolutismo de los Braganza, por lo que fue gratificado con el título de marqués de Maranhao. Luego estuvo en Grecia entre 1827 y 1828, con los independentistas que luchaban contra el imperio otomano, para después dejar sus aventuras, al servicio del mejor postor, para regresar a su tierra natal.

Nacido en Escocia en 1775 en una familia arruinada de la nobleza, a los doce años se había enrolado como tripulante en la marina de guerra británica, donde tuvo una carrera meteórica y ganó cierta notoriedad. Se distinguió en las guerras napoleónicas y llegó a capitán de la armada real y a tener un escaño en la cámara de los lores. Acusado de un mega fraude en la bolsa de valores de Londres, fue expulsado en 1817 de la marina y el parlamento, despojado de condecoraciones, títulos e incluso condenado a prisión. Liberado, puso un aviso en un periódico para conseguir trabajo, anuncio que leyó un representante de San Martín, que lo contrató junto a otros oficiales y marineros británicos.

Al año siguiente, fue recibido por el Director Supremo de Chile, Bernardo O´Higgins, quien organizaba junto con San Martín la campaña para la liberación del Perú, recibiendo el grado de vicealmirante de la naciente flota nacional y la ciudadanía chilena. Además de contribuir a la ocupación de la base naval española más poderosa del Pacífico en Valdivia, el 3 de febrero de 1820, la escuadra de Cochrane transportó unos meses después al ejército de San Martín al Perú. En El Callao encerró a la flota enemiga y en sorpresivo combate naval se apoderó de la fragata Esmeralda, buque insignia de la marina española.

Pero Cochrane no era un patriota desinteresado, sino un mercenario obsesionado por recuperar su fortuna, por lo que cada vez que se apoderaba de una embarcación exigía su botín como si fuera un simple corsario, lo que San Martín no admitió. El tema fue enturbiando la relación entre los dos jefes militares, sobre todo desde agosto de 1821, cuando la situación hizo crisis al apoderarse sin autorización de recursos públicos del gobierno que estaban en una goleta anclada en Ancón. Indignado por el robo, San Martín le ordenó el 15 de septiembre que “restituya, a bordo de los respectivos buques, las propiedades que han sido tomadas de ellos por pertenecer, las más, al gobierno y las otras a los particulares que se hallan bajo mi protección.” Distanciados por el grave incidente, el almirante inglés, declarado en rebeldía, zarpó con la escuadra bajo su mando integrada por dos fragatas, una de ellas la propia Esmeralda, una corbeta, un bergantín y una goleta, lo que mereció el lapidario comentario de San Martín: “Este Lord metálico, cuya conducta puede compararse al más famoso filibustero”.

En 1828, enriquecido y de regreso en Londres, recibió cuatro años después el perdón de la reina Victoria por el fraude cometido y se le permitió heredar el título de conde de Dundonald y recibir el rango honorífico de contraalmirante de la marina real. Al morir con 85 años de edad fue enterrado con honores en la Abadía de Westminster y sobre su tumba se puso la inscripción “Libertador de Chile y Perú”. Quizás, como anota el historiador argentino Norberto Galasso en su biografía de San Martín Seamos Libres y lo demás no importa nada (2009), en reconocimiento al mercenario inescrupuloso que contribuyó a la expansión del imperio británico.

Adenda

Sirvan estas líneas para despedirme de los queridos lectores de la revista digital Informe Fracto y, en particular, de su sección Madre América, que invoca el nombre de un texto paradigmático de José Martí. Quiero agradecer en especial al doctor Carlos E. Bojórquez Urzaiz por la oportunidad brindada, desde abril de 2019, para colaborar en esta aventura del periodismo mediático, que me ha abierto nuevos horizontes. La publicación de más de doscientas cincuenta notas cortas, dos semanales, sobre temas desconocidos, insólitos o mal contados de la historia de América Latina, fue un verdadero desafío. No sólo para mantener una entrega regular y puntual, sino también conseguir que atrajeran a un público amplio y exigente, que de una ojeada pudiera leerlas en sus celulares. Gracias a Informe Fracto, y su excelente equipo editorial, algunas de esas notas aparecen en sendos libros publicados en Chile, lo que reconoceré siempre.

Sergio Guerra Vilaboy

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El Manifiesto de Montecristi: Desarrollo del pensamiento nacionalista en el mundo colonial

Julio A. Muriente Pérez

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Con fecha del 25 de marzo de 1895-treinta días después de iniciada la guerra de independencia en lo que se conoce como el Grito de Baire- este es el manifiesto de una guerra anunciada, casi dos décadas después de firmada la paz de Zanjón, en Cuba. Por lo menos cuatro asuntos relevantes  contiene el Manifiesto de Montecristi—suscrito en la ciudad dominicana de ese nombre– que se reiteran de principio a fin:

1-La anunciación de la guerra, necesaria e inevitable;

 2-La crítica y distanciamiento de las guerras de independencia de América Latina a principios del siglo XIX;

3-La reafirmación de que Cuba cuenta con las condiciones necesarias para convertirse en una república independiente;

4-La diferenciación entre las poderosas fuerzas militares y económicas españolas que hacen inevitable la guerra, y el pueblo o las masas, incluyendo a los españoles que residen en Cuba y los soldados que son enviados a combatir a los cubanos.

No es corto en calificativos su autor, José Martí, para referirse a la guerra anunciada, cuyo objetivo es, según afirma, el saneamiento y la emancipación del país, para bien de América y el mundo. Será una guerra civilizada, juiciosa, no vengativa, ordenada, moderada, indulgente, fraternal, sin odios, respetuosa, piadosa, culta, pensadora y magnánima, sana y vigorosa,  dador de vida plena, “revolución del decoro, el sacrificio y la cultura digna”, no la ineficaz y desautorizada del extranjero. Inflexible solo con el vicio, el crimen y la inhumanidad.

Tienen claro los firmantes-el Delegado del PartidoRevolucionario Cubano (PRC) José Martí y Máximo Gómez, patriota dominicano que sería General en jefe del Ejército Libertador-cuál es su aspiración política: una república democrática y popular, la fundación de un pueblo, fruto de una ‘fusión sublime’; una ‘república moral’ y un archipiélago libre; un pueblo conocedor de la práctica  moderna del gobierno y el trabajo.

Es un discurso de su tiempo, influido por la modernización y articulado en momentos en que en Europa se consolidan naciones y nacionalidades. Tenemos aquí algunos anacronismos que confluyen. De un lado la colonia que quiere seguir el rumbo republicano de las naciones europeas. Pero al mismo tiempo esa colonia difícilmente puede mirarse en el espejo de la metrópoli española para tomar ‘prestado’ o mimetizar aspiraciones nacionales y sociales.

Lo cierto es que España no parece ofrecerle un modelo a los revolucionarios cubanos, no sólo porque se trata de la potencia que intenta impedir la independencia de la colonia, sino porque aquella España se ha quedado a la retaguardia del desarrollo de los tiempos.

Para los manifestantes de Montecristi, España es lenta, desidiosa, viciosa, con un ‘trono mal sujeto’, inepta, corrupta, una ‘monarquía inerte y aldeana’. España es lo viejo en todo sentido. De ahí que en el documento  se recaba el apoyo de los españoles, no sólo por la relación filiar hijos-padres que se establece allí, sino que se argumenta que, después de todo, la masa es también víctima en la metrópoli de los mismos que sojuzgan a los cubanos en la colonia.

Esa distinción pueblo oprimido-gobierno opresor, trasladada ahora al propio pueblo español, es una de las expresiones más  lúcidas por lo profunda, de este documento. Pero, claro, no se trataba del poderoso y moderno imperio británico que dominaba en la India y en buena parte del planeta, cuna de la Revolución Industrial y dueña de los mares, además que escenario del avance republicano y liberal. Por lo que, es de suponer que la aportación del imperio español al discurso ideológico de los revolucionarios buenos-republicanos y demócratas-se daría por la vía de la negación, apropiándose en vez de la experiencia de Inglaterra, Francia y otras naciones europeas donde sentaron sus bases las ideas ‘modernas’ del siglo XIX.

Ese deslinde ideológico es notable también en la caracterización que se hace en el Manifiesto de Montecristi de las luchas de independencia de América Latina, a principios del siglo pasado. Se dice que de esas luchas surgieron ‘repúblicas  feudales y retóricas’, se critica el mimetismo pasivo de moldes extranjeros, la inexperiencia de las elites cultas que dirigieron el proceso independentista y que estaban amarradas a las costumbres de la colonia, que abandonaron a su suerte a los indios y han dado como resultado repúblicas atrasadas económicamente.

Antes que Mariátegui en sus Ensayos, ya Martí está señalando las carencias fundamentales de las naciones nacidas de aquellas luchas decimonónicas y aclarando que esa no es su aspiración para Cuba; reflejo del carácter selectivo que hace el colonizado de las ideas de su época,  emanadas de Europa en lo fundamental, para construir su propio discurso diferenciador. Para no dejar de serlo, lo es hasta de las colonias cuyas luchas le han precedido en el tiempo.

Pero Cuba ya es, en opinión de Martí y de quienes respaldaban del Manifiesto de Montecristi, cívica y culta, benigna y moderna, con convicciones democráticas y nacionalidad definida, fruto de la unión de diversos grupos y sectores. A riesgo de la utopía que pueda estar implícita, se habla allí del pueblo cubano  como uno homogéneo y unido en el propósito republicano; capaz de hacer la revolución y transformarse en una sociedad superior. Superior incluso a la sociedad de la metrópoli.

Tanta seguridad proyectan estos que anuncian la guerra,  que definen su patria como eje del comercio mundial, crucero del mundo y a ellos mismos como fundadores de la patria y la nación.

Este es un ejemplo de lo que Chaterjee denomina nacionalismo positivo, es decir,  un nacionalismo que se convierte en instrumento de liberación, en herramienta para dar el salto del colonialismo a la república. Es la típica formación nacional que se da en el marco colonial, lo que suele ocurrir en el mundo no europeo y particularmente en el mundo dominado por Europa.

Ocurre además una contradicción que evidentemente es aprovechada por los revolucionarios cubanos en su favor. El atraso histórico de no haber alcanzado la independencia en las primeras décadas del siglo XIX, frustrando las aspiraciones bolivarianas en ese sentido, le ha permitido a los cubanos aprender de los errores y desaciertos de aquellas primeras naciones latinoamericanas. Mientras tanto, se iban articulando los cimientos de la nacionalidad, forjándose una literatura y unas tradiciones diferenciadoras de la metrópoli, que desembocarían en la Guerra de los 10 años y en la conflagración que estaba por iniciarse a mediados de los noventa.

O sea, que fueron madurando las condiciones que daban forma a la nacionalidad, las pugnas económicas con la esclavitud negra, cuyas contradicciones fundamentales Martí da por resueltas en el Manifiesto, la cubanización de la lengua ‘materna’ y el deslinde de aspiraciones políticas y sociales con la metrópoli.

Se va forjando la tradición de una nación que ya es y que a la vez esta por ser. Pero es la visión del porvenir, que tiene como bandera la modernización, la occidentalización en su sentido mas liberal. Todo ello en el marco de una lucha revolucionaria que se planea, y que se pretende que sea revolucionaria no sólo por lo que de revolucionario tenga pasar de la colonia a la república, sino por el pliego de definiciones que tendrá esa guerra-ya lo hemos mencionado al principio-que deberán moldear luego la nación independiente que aflore de la guerra.

El rechazo claramente expresado en la crítica a las luchas del siglo XIX, a la concepción elitista de la lucha anticolonial y revolucionaria, y en su lugar el reconocimiento de que es el pueblo todo el que aspira a la libertad-por más  que sea idealización del puebl-acerca a Martí y al PRC al reconocimiento de que sólo con el respaldo y la participación popular se puede alcanzar la victoria. No se refiere el Manifiesto a una clase social en particular y al hablar de los económicamente poderosos se refiere a los españoles; pero sabemos cuantas diferencias y problemas tuvo que enfrentar Martí con los señores tabaqueros cubanos, sobre todo en el exilio en Estados Unidos. No obstante, en el discurso nacional se obvian esas contradicciones para enfrentarse monolíticamente a la metrópoli, que se intenta quebrar entre opresores y oprimidos.

Es posible identificar claves de interpretación del discurso plasmado en el Manifiesto de Montecristi: una España monárquica y atrasada, una América Latina independiente a medias; unos Estados Unidos arrebatadores y en pleno apoderamiento del Caribe antillano y centroamericano; Cuba con una condición económica y social madura para el cambio, significativamente autosuficiente y estable; la experiencia de los fundadores de la patria, en el exilio y en el propio país; un grupo letrado que ha reconocido la necesidad de unir la teoría a la acción de las masas para materializar sus aspiraciones políticas nacionales.

En esas circunstancias, cabría pensar con Martí que esa guerra anunciada era tan necesaria como inevitable.

Sustraído del reformismo, el discurso independentista y revolucionario según expuesto en el Manifiesto, podría asegurar el aprovechamiento de los avances de las nuevas y viejas metrópolis, desechando lo inútil y particularmente asegurando la autodeterminación como objetivo inalienable. Quizá por eso el discurso revolucionario martiano sigue teniendo vigencia para muchos, especialmente para quienes viven en condiciones del viejo o el nuevo colonialismo.

La lectura de este documento constituye una experiencia iluminadora. Es una valiosa posibilidad para la introspección, un atentado contra el insularismo que a veces nos hace sentir aislados y náufragos, como si la nuestra fuera una situación sin precedentes.

Ha sido además un recordatorio de la urgencia de que volvamos continuamente a la historia, a los primeros procesos en que se ha constituido la nacionalidad, hayan sido estos en Europa o en las colonias, algunas de las cuales todavía, en vísperas del siglo XXI, están por escribir sus manifiestos.

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Primero los pobres, son los migrantes haitianos

Adalberto Santana

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En este año de 2021 un acontecimiento que llama la atención en todo el orbe y que lo cubren diversos medios de información y genera diversas opiniones, son los nuevos casos de la migración irregular, migración forzada y/o económica, autoexilio o simplemente exilio político o social. También parecería una diáspora o destierro de amplios sectores del pueblo haitiano. Drama del pueblo que fue el primero que se liberó del colonialismo europeo en nuestra América. Sin embargo,  hoy soporta la indiferencia o peor todavía, la represión de los aparatos represivos de los estados latinoamericanos  al alentar  la marginación  social en su drama migratorio.

En la frontera sur de los Estados Unidos, ahí en su límite lindante con México, donde convergen del lado texano Del Río  y Ciudad Acuña en el estado mexicano de Coahuila, se acumulan miles de migrantes haitianos (hombres, mujeres y niños). Algunas estimaciones hablan de más de 14 mil ciudadanos caribeños. Es el drama de  la migración del país más pobre de América Latina y el Caribe. El que ha sufrido en los últimos tiempos el magnicidio de su presidente, la violencia de las bandas delincuenciales y de los fenómenos naturales como los terremotos como el de 2010 y el más reciente del 14  agosto de 2021, pero también de tormentas y huracanes en este mismo año, los que finalmente desembocan en  desastres sociales. A la par de todo ello, los migrantes son reprimidos por los rangers texanos que nos recuerdan en el drama de sus imágenes, la era de la esclavitud en el sur de los estados de la tristemente  “Cofederate State of America” (“Estados Confederados de América”) que existió de 1861 a 1865. Esta tenía como característica más notable ser una asociación de gobiernos esclavistas. Pero la policía migratoria mexicana, Instituto Nacional de Migración (INM) no se queda muy atrás. El instinto segregacionista y represivo de los agentes migratorios que tienen fama de corruptos y por sus nexos con el crimen organizado. Especialmente con las redes de la trata de seres humanos que operan en la economía sumergida donde fluyen grandes ríos de dinero, productos del mercantilismo de la mafia migratoria (“coyotes o polleros”), ponen al gobierno de la llamada Cuarta Transformación (4T)  en un predicamento.

Haciéndose eco en defensa de los migrantes haitianos y de otros países latinoamericanos y del mundo que buscar transitar por territorio mexicano rumbo a los EU, los Diputados del Parlamento Europeo, especialmente los eurodiputados de la Izquierda Europea y del Grupo de los Verdes, han reclamado por el cambio de la política migratoria mexicana que “comenzó con una política migratoria de puertas abiertas y de garantías para la regularización para las personas que ingresaban, principalmente, por la frontera sur”, pero que cambió “a partir de la presión económica ejercida por el gobierno de Estados Unidos en junio de 2019”  (La Jornada, 24/sept./21).

Dicha política, en palabras del represivo del Jefe del INM, Francisco Garduño Yañez, expresadas en un tono anti derechos humanos y con total desparpajado, dignas de la ultraderecha, a la pregunta que si México es un país de fronteras abiertas, respondió: “-No, nunca lo ha sido, y no hay país con fronteras abiertas, todos tienen condición migratoria. Válgase el ejemplo, que no es similar, pero hasta en el cielo hay control migratorio…” Y al preguntarle: -¿Ni por cuestión humanitaria?, llegó a responder: “-NO, hay una condición para poder entrar al país” (La Jornada, 23/sept./21).

Así, las reiteradas imágenes de los migrantes haitianos, centroamericanos y de otras partes del mundo por suelo estadounidense y mexicano, cuando son golpeados por los rangers texanos o por los agentes migratorios de la 4T, hacen todavía más crudo el drama migratorio de los pueblos más vulnerables de nuestra América. Lo testimonian los mismos migrantes como Claudia quien acompañada de su pequeño hijo de cuatro años, denunciaba: “-Regresar a Haití es condenarnos a muerte; no hay seguridad, en ningún lado, no hay comida, ni trabajo, ni atención médica. Queremos quedarnos en México y llegar a Estados Unidos para trabajar; no queremos hacerle daño a nadie” (ibíd.). Asimismo,  Médicos Sin Fronteras han denunciado en un comunicado sobre el drama haitiano tanto en la frontera norte y sur de México, que “… es insostenible y de una vulnerabilidad extrema debido al fracaso de las políticas de asilo y las continuas deportaciones. En ese sentido, consideramos lamentable la decisión de retornar a la fuerza a cientos de personas en vuelos directos a Haití, de donde vienen huyendo debido a la crisis que afecta desde hace décadas al país” (Ibid). Esa organización también ha sufrido el hostigamiento de los agentes migratorios mexicanos.

En diversos países latinoamericanos, ya sea en el norte de Sudamérica y por Centroamérica, el éxodo de esos ciudadanos haitianos que proceden de Chile, Argentina y Brasil, buscan seguir subiendo al norte. Se estima que en Colombia se ubican unos 19 mil migrantes. En lo que va del año entre Colombia y Panamá, por la selva del Darién han cruzado miles de personas en lo que va de 2021. La migración irregular o exilio económico y social, es un fenómeno político que sigue siendo una constante en la realidad de gran parte de los países de nuestra América. Hoy en día los migrantes de esas enormes caravanas son los más vulnerables de nuestros pueblos, carecen de empleo, vivienda, atención médica y sufren hambre y pobreza. Pero también son los más expuestos a la corrupción de las autoridades migratorias y su perversa asociación con la delincuencia organizada.  Es uno de los drama más impactantes de nuestra América, a la  cual la derecha latinoamericana no le interesa ni le preocupa en lo más mínimo.  Para la izquierda oficial, parece que le es un tema marginal. Sin embargo, para las organizaciones de la sociedad realmente comprometidas con los más vulnerables y para las comunidades religiosas que apoyan a los migrantes en su diáspora, se ha convertido  es un deber moral y humano digno de elogiar pero también de apoyar y solidarizarse con los más humildes: primero los pobres que hoy son los migrantes haitianos.

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